Mona Hatoum o La poética de lo terrible
- Lucía Viviana Rey Orrego
- 15 de mar. de 2016
- 4 min de leitura
La dislocación de la mirada se sustenta en la poética de lo cotidiano que permite el ingreso sutil hacia la percepción mnémica de lo terrible que nos ha constituido como humanidad, pudiendo generar reacciones emotivas antípodas y simultáneas.
La obra de Mona Hatoum se presenta desde una estética de lo cotidiano, que permite (sorpresivamente) el ingreso al espectador hacia la contemplación y percepción de ámbitos de la existencia no deseables de observar, como lo es por ejemplo: el desgarro de la violencia.
Hatoum trabaja conceptualmente y desde una limpieza minimalista que permite la codificación comunicativa de su obra, insertándose y/o emergiendo desde discursos internacionales y políticos que de una u otra forma logran tocar al espectador en la experiencia contemplativa.
También, Hatoum incorpora en este discurso estético una alianza con la historia del arte, a través de citas conceptuales o nominales, generando así una trama que sostiene su obra ampliamente, tanto desde lo vernáculo e inaprensible, como desde lo político y estructural.
Le fue otorgado el premio Joan Miró en el año 2011, tal vez precisamente por su capacidad de sintetizar y cristalizar estas micro y macro coordenadas sociales en una obra artística; considerando posibilidades constructivas de subjetividades marginales en la operación simbólica de construcciones estéticas y elaboraciones artísticas amplias y a la vez específicas, crudas y a la vez sutiles, terribles y a la vez poéticas.
En su obra Cube (9 x 9 x 9)[1] se observa una escultura reticular cerrada, que desde una primera mirada se muestra como un enigma, ya que parece apuntar únicamente a la estructura de un cubo, realizada con precisión, de alguna manera indicando el vacío del espacio y la cuestión de su impenetrabilidad, con un aspecto fino y pulcro, por el tipo de trabajo meticuloso con el alambre.
Sin embargo, en una segunda lectura en la que el ojo pierde distancia con el objeto observado, comienzan a aparecer ciertas incógnitas en este material, que deja de lado su apariencia elegante y sutil para ser absorbido por este micro-relato de lo cotidiano universal.
Apareciendo ante el ojo el alambre de púa, cual estorbo visual en el paisaje, una amenaza al cuerpo, un dispositivo mnemotécnico insoportable y letal para quien pretende ingresar en esta tentativa de mundo cuadriculado. El alambre de púa es liviano, resistente y barato, lo que permitió que fuera un material dolorosamente masivo a finales del siglo XIX.
Además, esta obra cita al artista estadounidense Sol LeWitt, quien desarrollando un arte conceptual por sobre el minimalismo, trabaja estructuras modulares por medio de la figura del cubo, precisamente citando nominal y figurativamente su obra Nine-part Modular Cube, 1977.
Su obra Misbah[2] (que en árabe significa linterna o lámpara), corresponde a la construcción de una lámpara de bronce colgando de una cadena de metal, que proyecta luz por medio de una lamparilla eléctrica con un sistema de rotación automático.
Hatoum atrae la atención del espectador a través de esta instalación lumínica que en su uso cotidiano tiene una connotación lúdica y posiblemente romántica por citar la oscuridad en su aspecto ideal del sueño y la imaginación. Es a partir de esta estética cotidiana que permite el ingreso atencional desde una apertura perceptiva, desprejuiciada políticamente.
Una vez dentro de este espacio es posible observar que lo que gira en proyección sobre el cielo de la habitación oscura son figuraciones de soldados armados envueltos en constantes luces que no son estrellas (aunque lo parezcan), sino que corresponden a la representación de explosiones de bombas en el aire.
Además, el material de la lámpara que proyecta la luz cita los fierros fríos en los que se sustenta la guerra a mano armada. Esta escena en donde la luz inicialmente atraía al espectador como “guardiana de los sueños”, luego emerge en su antípoda, como la “enemiga del sueño”. La locura de la imposibilidad del descanso, en una rotación veloz y tortuosa que parece un mantra de pesadillas.
Paravent y Daybed[3], que significan Biombo y Sofacama respectivamente, cristalizan el traslado estético de un típico objeto doméstico a escalas que exceden su contexto usual. Paravent cita la figura y el uso de un rallador con 3 partes, que en su amplificación dimensional llega a convertirse aparentemente en un biombo que mediante su diseño filudo, simétrico y funcional al raspado y rallado, permite ingresar visualmente hacia el otro lado oculto, mediante el ejercicio del corte del ojo observador, mediado por la posibilidad de la propia fragmentación doméstica e invisible.
Daybed, que cita un rallador de queso, en su agigantamiento ingresa en una nueva funcionalidad cotidiana, una cama que no guarda el descanso, sino que existe al acecho, como si representase la invasión agresora en los sueños del otro. El ingreso agresivo y absoluto en el mundo onírico de un presidiario. La mayor de las condenas, en donde el inconsciente queda preso del dolor.
En Keffieh[4], Mona Hatoum trabaja con cabello humano y algodón. Este objeto trae consigo diversos aparatos simbólicos que entretejidos funcionan artísticamente en la dislocación del uso doméstico del mismo, potenciando a través de una mirada crítica su valor simbólico.
Entonces, la artista por una parte parece afirmar la potencia discursiva de la resistencia pero por medio de un agudo acto crítico y deconstructivo. Este pañuelo, que aunque actualmente es usado por hombres y mujeres, en su tradición bélica cita constantemente la estructura masculina de una cultura de resistencia, invisibilizando lo femenino.
Existe una potencia estética en este tejido de cabellos de mujer (de la propia artista), generando conceptualmente una cita en torno a una “Rabia controlada”. La artista menciona: “hay un dicho árabe: ‘estaba tan enojada que podría haberme arrancado el cabello’.
Me imaginé mujeres que arrancaban el cabello y controlaban su rabia mediante el paciente acto de entretejer esos mechones en una prenda de vestir que se ha convertido en símbolo del movimiento de resistencia palestino. El acto de bordar puede verse en este caso, como un acto más: una especie de protesta silenciosa”.
Entonces, un pañuelo con valor político, cuadricular, erecto, masculino, es atravesado por la curva de lo cotidiano, en donde se ubica el mundo silencioso de lo femenino en una sociedad altamente masculinizada a través de la guerra continua.
Además de esto, Hatoum trabaja el cabello como “símbolo de una sexualidad no contenida”, así, en este caso el cabello no solo traspasa la tela que debiera cubrirle, sino que además le desborda, generando la reflexión crítica en torno al valor del imperio de lo masculino en la resistencia de un pueblo, y la simbolización de la mujer de forma utilitaria en su sexualización y ocultamiento.
Lucía Viviana Rey Orrego Investigadora Asociada Universidad de Chile

Commentaires